Aguardentero:"Ahora estamos quietos"
Un fuerte olor a uva fermentada me golpea al entrar en el viejo taller. El humo del vapor llena la estancia. Todo aquel calor emana de un solo alambique sobre el que un hombre de mediana edad, enfundado en un mono y guantes azules, trabaja.
La imagen es la de una destilería clandestina improvisada: capachos amontonados –llenos aún de bagazo -, bombonas de butano a medio estrenar y otro alambique provisto de orujo. Afuera, una montaña de orujo aún caliente espera a ser usado como abono para las fincas.
El hombre me hace una seña para que espere a que acabe de vaciar fuera el alambique y así poder cargarlo otra vez. Va a dejar que mis preguntas y yo lo acompañemos mientras hace el aguardiente. Solo una condición: anonimato.
Así que espero. Él sale del taller con una carretilla llena de bagazo que va a vaciar en la montaña que ha ido formando a lo largo del día. Lo repite varias veces. El pote del alambique es grande. Se mueve por la casa con rapidez, conoce bien el terreno, pero no es suyo. Acerca algunos capachos y una horca al alambique. Comienza el proceso, comienza la entrevista.
Me pregunta varias veces, desconfiado, sobre las fotos. Más tranquilo comienza a hablar y a trabajar. Con la cara enrojecida, bañada en sudor, y la respiración agitada se centra en los movimientos de sus manos y en mis preguntas.
En los ochenta Hacienda endurece las leyes que prohíben los alambiques portátiles desapareciendo la figura tradicional del aguardentero que usted representa. ¿Ya se dedicaba antes a viajar con los alambiques para hacer aguardiente en casas?
Llevo 32 años, así que sí.
Usted es de la Comarca de Lemos.
Sí, de Sober.
¿Cómo se vivía la tradición en Lugo, tierra de cañeros, cuándo no tenían que esconderse como ahora?
Había muchos, muchos, aguardenteros. Hay varias parroquias, todos lo eran. ¿Qué pasa? Que la patente mía, la de ese alambique –señala el que descansa lleno de bagazo a la espera –es de mi abuelo. La patente de mi abuelo pasó a mi padre y de mi padre a mí. Ahora a mí y ahora eso queda aquí. Ya no hay más nadie. Esto el día que me jubile, o incluso antes, se fastidió.
Recuerda en voz alta cómo la patente llegó a su abuelo y un montón de sitios comienzan a desfilar por su mente. Orense, donde habían comenzado a llevar los alambiques y de donde sacaron la patente. Pontevedra, comarca de canteros y zona en la que acabaron trabajando cargando con sus alambiques. La tradición en su familia es desplazarse desde Lemos y cubrir esta zona, en la que nos encontramos.
¿Hasta qué sitios se desplazaban con los alambiques?
Desde Penente hasta Ribadumia o Barrantes. Un año empezábamos en Barrantes y terminábamos en Penente, dejábamos allí los potes, empezábamos al año siguiente allí y acabábamos aquí. Era la costumbre que teníamos antes. Ahora ya no, ahora estamos quietos.
¿Cómo se vivió el momento en el que tenéis que aceptar “estar quietos”?
Hubo alguna huelga en Santiago, pero no se consiguió nada.
¿Por qué cree que se persigue este oficio tan arraigado a su tierra?
Pues no lo sabemos. No hay ningún motivo que lo haga ilegal, podría no serlo. Lo que pasa es que ellos pusieron las normas y ya sabes lo que pasa.
Usted es el último vestigio de la tradición aguardentera en su familia, ¿cree que se va a acabar la tradición de hacer licores en casa?
Casi seguro. Se está perdiendo ya toda. Donde vivo yo, antes vendían aguardiente las 20 o 40 personas de la parroquia. Ahora quedamos dos o tres, pero va quedando cada vez menos gente. Porque esto es muy duro, ¿sabes? Y ahora con el butano aún vamos yendo, pero antes con la leña... era muy muy duro. Y eso que hicimos mucha caña ahí fuera.
Cuando le pregunto cuánto tiempo hace que las bombonas de gas sustituyeron a la húmeda leña se hace un silencio. El recuerdo tarda en llegar a la superficie. Casi veinte años, confiesa. Pero el sabor y la calidad no han cambiado, incluso asegura que es mejor ahora si cabe. Seguimos hablando de diferencias, de industria y de autosuficiencia.
¿Qué diferencia puede haber entre un aguardiente de los de su gremio y uno de marca, de la industria?
El sabor. Este tiene mucho sabor, es insuperable. En Portas, se hacía aguardiente de uva catalán, que es muy buena y tiene un sabor muy especial. Desde que montaron una destilería en Portas, fastidiaron la venta de los paisanos. Y luego comenzaron a decir que la de los aguardenteros era mala, pero no lo es.
Y a parte de las industrias que acaban con el negocio tradicional, mucha gente que antes pedía sus servicios ahora, si hace licor, normalmente ya hace todo el proceso, también destila.
No sé. No sé si compran el aguardiente o si lo hacen. Pero nos llama menos gente. Con diferencia.
Y la gente que aún pide que traigan el alambique y destiléis con su uva, ¿cómo sabe de ustedes y cómo les encuentran?
Es gente de siempre. Trabajo con la misma gente que hace treinta años, salvo casos aislados como el cliente de estos días.
Y esta excepción, ¿cómo dio con usted?
Porque me dejaron a mí el sitio los aguardenteros que venían antes aquí. Qué pasa, que aquí como el Albariño ya va a las bodegas, ya les destilan ellos. Nosotros si venimos aquí es para ganar un dinero. Lo que pasa es que bueno, de aquella había más que hoy. Veníamos aquí y echábamos un mes fuera de casa o más. Ibas a casa volvías. Y así. Yo creo que hemos llegado a echar 4 meses. Dormíamos aquí junto al pote y algún día aprovechábamos para cambiarnos. Pero trabajábamos todo seguido. Y mucha gente se escapaba. Y razón hay: es muy duro. Aún lo es ahora y ya no es lo que era. Pero bueno.
Son pocos los que se atreven a seguir con esto.
Sí, pocos. Y no hay quién nos releve. Eso está claro. Pero bueno, ahora hay otra manera de vivir.
¿Vive usted solo de esto?
No, yo llegué de trabajar ayer y enganché con esto.
Y antes, ¿se podía vivir del aguardiente?
Bueno, tenías alambiques y labranza. Se vivía.
La creciente industria –con las leyes a su favor –y cierto “intrusismo” de los propios paisanos que comienzan a prescindir de hombres como este, me hace verlo con cierta nostalgia. La conversación se acaba y el proceso continúa, de momento.
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